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La comunidad Plurinacional de Bolivia veneró a la Virgen de Copacabana en Villa Gesell

Es la fiesta más autóctona de Villa Gesell. Coincide con el aniversario de la independencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Es muy alegre, colorida y profundamente devota de la “Virgencita”.    

La mayoría de los relatos que hablan de la Virgen de Copacabana remiten al siglo XVI en la América latina precolonial. Es la Virgen de la Candelaria, una de las más veneradas en esta parte del planeta. Su historia es una leyenda muy antigua donde se mezclan los pueblos originarios de la América andina, como los Incas, los Aymara y los enfrentados Anansayas y Urinsayas, con los colonizadores españoles, que emplearon la religión para dominar a estos formidables pueblos americanos. En esa cruzada nacieron mitos que surgieron de la lucha de estos pueblos contra el invasor español.

Desde hace 438 años el pueblo boliviano venera a esta virgen en cualquier parte del mundo donde haya una comunidad de este pueblo. En Villa Gesell es una de las fiestas más antiguas que se celebra en las calles de la ciudad. En este mes de agosto las dos imágenes salieron del santuario ubicado en Paseo 107 y Avenida 15, y fue llevada en andas, por los feligreses, hasta la parroquia de la Inmaculada Concepción, en Avenida Buenos Aires y Avenida 4, donde se realizó una emocionante misa ante la presencia del intendente Gustavo Barrera y funcionarios de su gabinete.

Luego del acto religioso que es seguido con veneración por los devotos e invitados que la imagen encabeza la procesión hasta su templo. La caminata es alegre y la gente que acompaña celebra el acto con profunda devoción. Hay alegría, no es una procesión seria o acongojada. Todo lo contrario, es muy colorida y hay música autóctona del pueblo boliviano y los bailes de los caporales es un atractivo de los más seguido y admirado.

Hay varios grupos de bailarines de gran experiencia y son muy llamativos sus ropas coloridas y brillantes, repletas de lentejuelas y ruidosos cascabeles que sueltan su música al ritmo frenético de los bailarines. Todo el trayecto es acompañado con música y bailes, si parar. Es realmente un espectáculo que se puede ver una vez por año y es en esta maravillosa fiesta popular y religiosa.

El intendente Barrera acompañado de los candidatos Gabriela Carignano, Emiliano Felice, Mónica Ruiz, Alejandra Fleischer, y algunos otros   encabezaron la procesión. Barrerá junto con Felice llevaron sobre sus hombros el Paso Procesional, donde estaba la imagen de María. En el camino recibieron papel picado, saludos de los vecinos que se detuvieron a observar la procesión.

La leyenda

El Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, Patrona de Bolivia, se yergue majestuoso a orillas del Lago Titicaca, a unos 3,850 metros sobre el nivel del mar y a escasos 8 km. de la línea fronteriza con el Perú. Para confirmar la evangelización ya iniciada en el vasto altiplano, la Divina Providencia inspiró a un indio de sangre real la confección de una imagen de la bienaventurada Virgen María.

Francisco Tito Yupanqui, nieto de Huayna Cápac e hijo de Cristóbal Vaca Túpac Inca, en cuyo escudo familiar concedido por el Emperador Carlos V tenía grabado el lema «Ave María», nació en la península de Copacabana a mediados del siglo XVI. En aquella época llegaban al lugar los primeros frailes dominicos, quienes erigieron una pequeña iglesia dedicada a Santa Ana, la abuela materna de Jesucristo. Desde muy niño Tito Yupanqui debió asistir regularmente al catecismo y a las misas dominicales, absorto con aquellas narraciones y prédicas, brotando en él una acendrada devoción por la Santísima Virgen. Así, ya adulto concibió el proyecto de labrar con sus propias manos una imagen mariana para su pueblo. Pero la hechura de barro le salió tan tosca que un sacerdote, el bachiller don Antonio Montoro, mandó retirarla de la iglesia y colocarla en un rincón de la sacristía.

Profundamente apenado, decidió entonces perfeccionar su arte y se trasladó a Potosí donde conoció al maestro Diego de Ortiz, de quien aprendió las técnicas del tallado y pintura. Antes de comenzar su trabajo, hizo celebrar una Misa en honor de la Santísima Trinidad, para obtener sobre su obra la bendición divina. En la Villa Imperial tomó como modelo una imagen de la Candelaria venerada en el templo de Santo Domingo, iniciando el trabajo que acompañó de afectuosas oraciones y ayunos el 4 de junio de 1582.

Algunos meses después, cuando ya estaba bastante avanzada la imagen, le fue presentada al obispo de la Plata como ejemplo de su arte una pintura en lienzo de Tito Yupanqui, lo que significó un nuevo motivo de aflicción para éste. El prelado llegó a decir que era más a propósito para pintar monas que imágenes de Nuestra Señora. Humillado, acudió a la iglesia para pedirle al Señor acierto en el policromado de la imagen.

Con la imagen regresó a la ciudad de La Paz y se ofreció como ayudante del maestro Vargas, quien estaba dorando el retablo de la iglesia de San Francisco. Tito Yupanqui le contó su historia y el dorador prometió ayudarle. Resolvieron entre ambos traer la imagen a escondidas al taller. Y mientras trabajaban de día en el retablo, por la noche hurtando horas al sueño se entretenían en dorar la imagen, hasta que quedó terminada.

Como suele suceder, se suscitó una controversia entre los indios de Copacabana, que se resistían a admitir una imagen que no fuera obra de español. Llegaron hasta proponerle a Tito Yupanqui que vendiera la suya, para lo cual no faltaban interesados. Sin embargo, la Divina Providencia, que escribe derecho sobre líneas torcidas, comenzó a mostrar en ella sus maravillas. Así, cada vez que fray Francisco Navarrete la llevaba a su habitación para rezar, le asombraban unos destellos que salían de la imagen: “No sé, hijos, qué es esto que veo en vuestra imagen —les dijo el siervo de Dios— que me parece que echa rayos de fuego”.

Estas noticias llegaron a oídos de don Gerónimo de Marañón, que a la sazón se encontraba en La Paz. El Corregidor de Omasuyo, al que pertenecía Copacabana, encantado con la imagen ordenó su inmediato traslado al pueblo, para alegría de Tito Yupanqui. En ello colaboró también el alcalde de los Naturales, don Diego Churatopa, que asignó a diez indios y un huanto (andas), con los que partieron una venturosa mañana hacia el corazón del Lago.

El 2 de febrero 1583, en la festividad de la Purificación de María o Candelaria, fue ceremoniosamente entronizada en Copacabana la imagen de la Virgen, y a partir de ese momento comenzaría a derramar sobre los pobladores y peregrinos sus caudalosas gracias, que no han cesado hasta la fecha.

La Imagen

La Virgen de Copacabana es una talla de madera de maguey. Mide con el pedestal poco más de un metro de altura. El cuerpo de la imagen está totalmente laminado en oro fino, y el policromado asemeja los atuendos propios de una coya (princesa inca). Está siempre revestida con preciosos y coloridos mantos que le ofrecen sus devotos, y sobre la larga peluca de cabello natural ostenta una corona de gran valor, símbolo de su realeza.

Con la mano izquierda la Virgen estrecha a su Hijo de manera muy peculiar, como si estuviera a punto de caerse, y con la derecha sostiene la canastilla de la ofrenda y la vela o candela. En su dulce rostro y en el del Niño se reflejan los rasgos indígenas de los habitantes de la región. Una gran media luna bajo los pies nos recuerda su eterna victoria sobre el demonio y sus secuaces. Entre las ricas alhajas que la adornan, sobresale el bastón de mando que le obsequió el piadoso virrey, venerable D. Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, como recuerdo de su visita en 1669.   

El vestuario de la “mamita”  

Según los historiadores, la Virgen de Copacabana es vestida desde el siglo XVII; un grabado de 1621 confirma esta tradición de fe

Tiene mantos para vestir, en mudas que se cambian tres veces al año, hasta noviembre del 2059. Su ropero podría ser la envidia de cualquier mortal: desde sencillos obreros hasta acaudalados mineros le han obsequiado capas, algunas de las cuales están hechas de finas telas bordadas en hilos de oro. La escultura de la Virgen de Copacabana es la que más trajes ha lucido en la historia de las imágenes religiosas bolivianas.

No existe un dato preciso de cuándo comenzó la tradición de vestirla y adornarla con joyas, pues el tallado original la representa ya con un sencillo vestido y su manto; pero desde que aquélla se inició, a “la Mamita”, como la llaman los fieles, nunca le han faltado las prendas.  

A “la Mamita” se le cambia de ropa, como está dicho, tres veces al año y el orden de los conjuntos que lucirá respeta el de la llegada de éstos. Una comitiva que se traslada desde la ciudad de La Paz es la encargada de cambiarla para el 2 de febrero, 2 de agosto y en noviembre. Así es desde hace al menos 15 años. En el grupo viajan una peinadora y un joyero; la primera arregla la peluca de la Virgen y el segundo limpia y arregla las gemas. Ha recibido regalos millonarios en oro, plata y joyas.

Sus fieles suelen decorar su atuendo y automóviles en las procesiones con juguetes, osos de peluche y miniaturas. Esos regalos son las solicitudes que le hacen a la virgen y esta, dicen, se los concede. Es cuestión de mucha fe.

Es un momento de celebración y alegría. Es también la despedida de agosto para recibir al mes de la primavera y de las elecciones en este 2021.       

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